Preámbulo de Rayuela
Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me
da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo
que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga
calor, o ser hormiga para meterme bien adentro de una curva y comer los
productos guardados en el verano o de ser una víbora como las del solojic. O,
que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no
se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que
no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta
del querosén, la falta del carbón, la falta de plata, porque cuando uno anda
con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa
que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso
entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras
moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta
de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el
más espantoso tacho de basura del desprestijio humano, y nunca le van a dar una
mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni
mas ni meno que si fuera un cóndor que cuando joven supo correr y volar por la
punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como
bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy
escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no se arrepienta
cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya!
Rayuela,
capítulo 2
En esos días del cincuenta y tantos
empecé a sentirme como acorralado entre la Maga y una noción diferente de lo
que hubiera tenido que ocurrir. Era idiota sublevarse contra el mundo Maga y el
mundo Rocamadour, cuando todo me decía que apenas recobrara la independencia
dejaría de sentirme libre. Hipócrita como pocos, me molestaba un espionaje a la
altura de mi piel, de mis piernas, de mi manera de gozar con la Maga, de mis
tentativas de papagayo en la jaula leyendo a Kierkegaard a través de los
barrotes, y creo que por sobre todo me molestaba que la Maga no tuviera
conciencia de ser mi testigo y que al contrario estuviera convencida de mi
soberana autarquía; pero no, lo que verdaderamente me exasperaba era saber que
nunca volvería a estar tan cerca de mi libertad como en esos días en que me
sentía acorralado por el mundo Maga, y que la ansiedad por liberarme era una
admisión de derrota. Me dolía reconocer que a golpes sintéticos, a pantallazos
maniqueos o a estúpidas dicotomías resecas no podía abrirme paso por las
escalinatas de la Gare de Montparnasse adonde me arrastraba la Maga para
visitar a Rocamadour. ¿Por qué no aceptar lo que estaba ocurriendo sin
pretender explicarlo, sin sentar las nociones de orden y de desorden, de
libertad y Rocamadour como quien distribuye macetas con geranios en un patio de
la calle Cochabamba?
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