escrutando
sus mapas desplegados,
caminan por
avenidas empedradas
y callejas
ruinosas en ordenado silencio,
quizás un
tímido murmullo
de sorpresa
o admiración
Chopin,
Moliére, Colette.
Crisantemos
para Jim,
azucenas
para Oscar,
rosas rojas
para Piaf,
se suman a
las que se deshacen
cada día,
todos los días.
Nadie
extraña a una flor muerta.
El genio se
hizo polvo
bajo
mármoles lustrosos,
nombres de
bronce, muertos
ilustres confinados
ilustres confinados
por volúmenes
geométricos,
custodiados
por dioses ciegos.
Detrás de puertas
cerradas
con candados
oxidados,
de cristales
rotos
o
ennegrecidos,
se compacta
la ceniza
del incienso,
la cera pardusca
de velas
desaparecidas
y algunos
pétalos en tiestos vacíos.
Las hojas de
los cipreses
se amontonan
en las urnas,
al pie de
los sepulcros,
sobre
lápidas donde el musgo
es lo único
vivo,
estrellas
apagadas
que
comparten destino,
carcomidas
inscripciones,
piedra
ensimismada
a la que
nadie recita un poema.
Aquí yace
NN.
Muertos
anónimos,
no tienen
quien los olvide.
La claridad
se extravía
bajo la llovizna
de noviembre,
corren hilos
de agua
sobre alguna
losa rota,
los senderos
parecen disolverse.
Cumplido el
ritual,
los
visitantes apuran el paso,
dejan atrás
la naciente oscuridad,
la evidencia
del futuro,
y regresan
al mundo de los vivos.
Poema
inspirado en la foto de © Natividad Gómez Bautista
No hay comentarios:
Publicar un comentario