El viejo y el mar
En la noche sonámbula de mástiles
el viejo pescador recorre el muelle,
envuelta la silueta en retales de niebla,
raro velamen,
los ojos fatigados
anclados en un suspiro.
Responde al atávico reclamo
de la marea y al salto de los peces
que sueñan con el vuelo.
En su rito silente, los dedos ásperos
rozan el cabo y tejen nudos
anticipando la nostalgia.
Las olas tienen rostros,
náufragos en el mar sin orillas,
que con los párpados abiertos,
llaman más hondo que la voz de las aguas.
Vuelve el viejo lentamente,
desanda su pena en término y distancia.
Ya no llora la vida de sus ojos
buscando la luz que olvidan las estrellas
al huir presurosas por la ruta ancha
por
donde llega el alba.
En el muelle quedan los rostros
que miran desde el lado opuesto.
Allí crece, por encima del aire,
en el litoral amargo,
el llanto sin pañuelos.
©Annie Altamirano
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