martes, octubre 08, 2013

Andenes

Hay andenes que cuentan historias ajenas cuyo principio y final nunca sabré.
Abrazos apasionados en el estribo, miradas húmedas en las ventanillas, la maleta de la soledad a cuestas.

Camino por el andén lejano de otra estación, paredes blancas, flores rojas en la cerca, bancos de madera y hierro que sobrevivieron al tiempo.

La niña mira hacia la curva del puente. Espera la locomotora que imagina como dragón de cuento.

La jovencita intenta descubrir al que espera entre las caras que asoman ansiosas por bajar.

La madre cuenta a sus niños historias de trenes que pasan veloces en las madrugadas silenciosas mientras ellos duermen, historias de una niña que espía a los trenes entre las rendijas de una ventana.

La estación está desierta, muda, casi huérfana.
Atardece.
Las flores siguen allí pero ya son otras.
Llega el olor de los pinos y el grito de los benteveos.
La señal está baja. Un tren está por llegar.

Estoy sentada en un banco, sola.
Llega el tren.
Meto los recuerdos en la maleta.
Tomo a la melancolía de la mano.

Miro a la estación por última vez y me subo al vagón. 



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