Ego miserum et peccator
Oyó al de
seguridad cerrar una a una las salas. El sonido del metal al girar las llaves
en las antiguas cerraduras retumbó en el silencio del claustro, también la voz
en el walkie talkie dando parte y los pasos alejándose rumbo al portal de
entrada.
No había sido
difícil colarse con un grupo de turistas, sólo se había cuidado bien de no
socializar demasiado para pasar desapercibido. Mientras todos estaban en el
Paraninfo escuchando el relato de cómo Unamuno se había enfrentado al general
Millán Astray se escabulló hacia el patio. Era casi la hora de cierre. Los
obreros que estaban trabajando en las obras de limpieza y restauración ya se
habían marchado. Trepó por el andamiaje hasta el tejado, buscó un lugar
adecuado, sacó los guantes y el gorro de lana de la mochila y se sentó a
esperar que se hiciera de noche. Cuando se apagó la última luz en el claustro
bajó.
Se deslizó hasta
la primera planta, fue directamente a la enorme puerta de madera maciza y la
abrió sin dificultad lo mismo que la de cristal que había detrás. El inhibidor
electrónico de alarmas hizo el resto.
Cerró las puertas
y encendió la linterna. Sabía que lo que buscaba estaba justamente frente a él
pero se permitió recorrer la biblioteca con la vista unos minutos: las
librerías que cubrían las paredes, los cuatro globos terráqueos, las estatuas
de las esquinas, las diminutas escalerillas de caracol forradas de libros que
llevaban al nivel superior, las vitrinas con fotos y el preservativo hallado en
un libro del siglo XVI.
‘¡Qué maravilla!’
se dijo y se dirigió a la puerta que tenía enfrente, la abrió y contempló
extasiado la sala de los manuscritos. ¡Qué privilegio! Muy pocos tenían acceso
a ella, ni los catedráticos, sólo personal autorizado. Y ahí estaba, el manuscrito
mas antiguo, contemporáneo del Cantar del Mio Cid: el Liber Canticorum et
horarum, copiado por Cristóforo en 1059, el libro de oración de la reina Doña
Urraca.
‘Ecce nunc benedicite Dominum omnes’, recitó de
memoria. Tomó la caja casi con reverencia. El coleccionista le había asegurado
una fortuna por él, la mitad ya estaba en una cuenta. Era su último trabajo, ya
podría retirarse. Había acumulado lo suficiente para asegurarse y asegurarle a
su hija una vida sin preocupaciones. La niña podría estudiar arte en las
mejores escuelas del mundo, tenía el don, ahora también tendría los medios.
Nunca dependería de marchantes o mecenas. Lo único que lamentaba era que no
volvería a ver esos sitios invisibles al gran público: los Archivos Vaticanos,
la universidad de Leipzig. El Papiro Ebers había sido uno de sus primeros
golpes, luego vinieron más, pero sin duda el más arriesgado fue el de las actas
del juicio a Galileo. Todavía lo estaban buscando.
Dio
unos pasos hacia la salida. De pronto un frío intenso le cortó la respiración.
Se llevó las manos a la garganta para liberarse de la garra helada que lo
ahogaba. La caja y la linterna cayeron al piso. Sintió que se desmayaba. De
pronto todo fue oscuridad.
……………………………….
‘Por
aquí doctora. Cuidado la cabeza que el dintel es muy bajo’
´Me
encantaría quedarme encerrada aquí’, dijo la forense extasiada mirando a su
alrededor.
‘¿Está
segura de lo que pide?’, preguntó el director con una sonrisa divertida.
‘Bueno,
al menos un par de días. Pero ¿por qué me lo pregunta? ¿Es que acaso tienen un
fantasma?’
‘En
estos sitios nunca se sabe’, dije Eduardo riéndose.
Se
dirigieron a la sala de los manuscritos. Eduardo sacó la llave de su bolsillo y
abrió.
‘Así
lo encontramos esta mañana. Lo extraño es que ninguna puerta fue forzada, todas
están perfectamente cerradas como las dejamos anoche.’
En el
medio de la sala yacía el cuerpo de un hombre boca arriba, sujetándose la
garganta con las dos manos y el rostro desfigurado en una mueca de espanto.
La
mujer se inclinó sobre el cadáver e hizo una primera inspección.
‘Es
curioso. A primera vista todo parece indicar que fue estrangulado, pero
evidentemente lo dirá la autopsia. ¿Falta algo?’
‘Nada, está todo
en su sitio. Ya verificamos.’
‘Bueno, manos a
la obra. A ver qué encontramos. Tendría que haber habido alguien mas aquí o … ¿Habrá
sido el fantasma’
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