Empezaré por la Feria del Libro de Salamanca que se realizó entre los días 10 y 18 de mayo. El sábado comienzo de lujo con un filandón literario a cargo de tres grandísimos cuentistas: José María Merino, Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio.
Para una gran cantidad de gente, entre quienes me contaba hasta que se me cruzó un libro del escritor leonés Antonio Pereira, el término 'filandón' es desconocido a pesar de ser una tradición muy antigua. El filandón tenía su ámbito en ciertas reuniones que se celebraban en las noches de invierno, cuando la nieve cerraba los caminos. Los vecinos se reunían en las cocinas a realizar labores manuales, los hombres hacían madreñas (zuecos de madera) o arreglaban sus herramientas y las mujeres hilaban (de ahí el término 'filandón'), y se contaban historias de aparecidos, de amores y desamores, de lobos o de tesoros. El filandón se sigue practicando en León, Asturias y algunas regiones de Galicia y en 2010 las Cortes de Castilla y León declararon al Filandón Bien de Interés cultural.
José María Merino, Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio hicieron un pequeño homenaje a esas veladas leyendo y comentando sus propios relatos breves, con gran sentido del humor y en un clima cordial y de acercamiento con los presentes.
Aquí transcribo dos de los relatos que se leyeron ese día.
EL POZO
Luis Mateo Díez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue
una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia
de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día
de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero
descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Éste es un mundo
como otro cualquiera, decía el mensaje.
PIE
José María Merino
De soltero ha pasado a solterón y está bien acostumbrado a
dormir solo. Una noche lo despierta la sensación de un contacto insólito, uno
de sus pies ha tropezado con la piel cálida y suave de un pie que no es suyo.
Mantiene su pie pegado al otro y extiende su brazo con cuidado para buscar el
cuerpo que debe de yacer al lado, pero no lo encuentra. Enciende la luz, separa
las ropas de la cama, allí dentro no hay nada. Imagina que ha soñado, pero
pocos días después vuelve a despertarse al sentir de nuevo aquel tacto de
suavidad y calor ajeno, y hasta la forma de una planta que se apoya en su
empeine. Esta vez permanece quieto, aceptando el contacto como una caricia,
antes de volver a quedarse dormido. A partir de entonces, el pequeño pie viene
a buscar el suyo noche tras noche. Durante el día, los compañeros, los amigos,
lo encuentran más animoso, jovial, cambiado. Él espera la llegada de la noche
para encontrar en la oscuridad el tacto de aquel pie en el suyo, con la impaciencia de un
joven enamorado antes de su cita.
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