Quienes nos hablan de lo que debería hacer la poesía, especialmente si son poetas, habitualmente tienen presente la clase de poesía que a ellos les gustaría escribir.
Creo que el interés de los escritos críticos de los poetas,
de los cuales ha habido ejemplos notables, se debe en gran parte al hecho de
que el poeta, en el fondo, aunque no sea ese su propósito ostensible, trata
siempre de defender la poesía que él hace, o de exponer qué tipo de poesía
quiere escribir. En especial si es joven, y si está activamente entregado a
luchar por el tipo de poesía que él practica, ve la poesía del pasado en
relación con la propia, y tal vez resulte exagerado en su gratitud a los poetas
muertos de quienes ha aprendido o en su indiferencia por aquellos cuya meta le
ha sido ajena. No es tanto un juez cuanto un abogado.
Podríamos afirmar que el poeta como poeta sólo
indirectamente tiene una obligación frente a su pueblo; su obligación directa
es con su lengua: conservarla primero, y ampliarla y perfeccionarla en segundo
término.
Es claro que si no tenemos una literatura viva, iremos
alejándonos cada vez más de la literatura del pasado; si no conservamos una
continuidad, nuestra literatura del pasado se hará más y más remota hasta que
llegue a sernos tan ajena como la literatura de un pueblo extranjero.
No creo que la tarea del poeta sea siempre y sobre todo
revolucionar el lenguaje. No sería conveniente, aun en caso de que fuera
posible, vivir en estado de revolución permanente: el anhelo de novedades
continuas de lenguaje y de métrica es tan poco saludable como al apego al
lenguaje de nuestros antepasados. Hay épocas de exploración y épocas de
explotación del terreno ganado.
Hay que quebrar y rehacer las formas: pero creo que cada
lengua, mientras siga siendo esa lengua, impone sus leyes y restricciones y
admite sus propias licencias, establece sus propios ritmos y pautas sonoras. Y
la lengua cambia constantemente: el poeta debe aceptar y aprovechar sus cambios
de vocabulario, de sintaxis, de pronunciación y de entonación –a la larga,
hasta su menoscabo.
Yo no confiaría en el gusto de nadie que no leyera jamás
poesía contemporánea, y desde luego que no confiaría en el de nadie que no
leyera nada más que eso.
De "Función social de la poesía", "La música
de la poesía" y "¿Qué es poesía menor?".
En Sobre la poesía y los poetas (Sur, 1959)
Traducción de María Raquel Bengolea
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