Reproduzco a continuación un texto de Paco González Fuentes sobre Maria Zambrano, Roma y la pasión gatuna.
A María Zambrano le habría entusiasmado la existencia de una
revista literaria con un nombre tan hermoso como “El ático de los gatos”.
La filósofa tuvo una relación tan visceral y entrañable con
ellos como la que mantuvo con Roma. En esta ciudad se convirtió en una gattara.
Ya en su primera estancia -unos meses desde el verano de
1949 hasta junio de 1950- la llamó “mi patria”; Roma –deslumbrante, sacra y
sensual, laberíntica- la enamoró desde el primer instante. En un texto muy
tardío, una María Zambrano octogenaria, evoca “la sensualidad de su cielo y de
su aire” y dice que “se diría que es un aire comestible, que a veces uno se
siente en Roma como dentro de una fruta”. (Zambrano, 2014 , VI, 668). Regresó
en 1953 y esta vez su estancia se prolongó 11 años.
Se ha vinculado la extrema generosidad de las hermanas
Zambrano con los gatos a los “problemas”1 de Araceli. Sometida a tortura
psicológica por los nazis, Araceli Zambrano “aliviaba” su angustia con amores
fallidos ba advirtiéndonos: “Volveré”. Iba a llevar comida a los gatos que le
esperaban en una esquina, costumbre de algunos romanos compasivos” (1983,
124-126).
En septiembre de 1963 -denunciadas por un vecino- fue
decretada su expulsión por la “cuestión” de los gatos alojados en su
apartamento. Carlo Ferrucci sostiene la fundada tesis de que el abandono de
Roma fue un acto voluntario, “una elección tomada en parte bajo el efecto de un
alejamiento forzoso”. El jefe de la Policía le dijo a María Zambrano: “El
mundo, señora, se divide en dos: los que aman a los animales y los que no los
aman”. Esta palabras -concluye Ferrucci- debieron de convencerla de que si en
Roma, la ciudad de los gatos, no querían a los gatos como ella y Araceli los
querían, entonces, esta Roma, o mejor, estos romanos que no tenían el
suficiente amor, no merecían ya su amor” (Ferrucci, 2016, 4).
Abandonaron la ciudad -ella, Araceli y los gatos- meses
después e iniciaron otra etapa de su largo exilio itinerante en La Pièce
(Francia), en una casita en el bosque. Los años en ese lugar -entre los
árboles- fueron iny ofreciendo compulsivamente cobijo a los gatos romanos.
Pero la generosa acogida a estos animales por parte de las hermanas Zambrano no es solo imputable al “trastorno” de Araceli. Entendemos –así nos lo confirma Rosa Mascarell-2 que esa generosidad no solo era tolerada por una María Zambrano solidaria con el gesto de su hermana, sino que expresaba su propio sentimiento hacia los gatos: la piedad.
En el mismo sentido Mª Luisa Maillard sostiene que María Zambrano “asumió esa peculiar circunstancia y amó a los gatos, representación ancestral de lo sagrado en muchas religiones” (Maillard, 2009, 93).
La “reforma del entendimiento” planteada por Zambrano, su “razón poética”, integradora de la perspectiva filosófica y de la mirada poética, atiende “a todo cuanto ha quedado en la sombra, sumergido o marginado, porque es ése, para ella, el lugar de la verdad, allí donde anida la “posibilidad”, algo capaz de responder al presente de una civilización que se desploma” (Revilla, 2015, 84-85). En esa zona de sombra –olvidados o relegados a un posición subalterna por gran parte de la tradición filosófica- están los sentimientos, las emociones.
A uno de ellos -a la piedad- dedicó María Zambrano especial atención. Consiste -explica Mercedes Gómez Blesa- “en un sentimiento de comunión con las múltiples manifestaciones de lo real” (2008, 193). María Zambrano escribe que la “piedad es un sentimiento de la heterogeneidad del ser, de la cualidad del ser, y es anhelo -por tanto- de encontrar los tratos y modos de entenderse con cada una de esas maneras múltiples de realidad” (1989, 21).
Manifestación sibilina de lo real, de “lo otro”, son esos seres sigilosos y enigmáticos que en Roma son multitud: los gatos. El 2 de junio de 1985 María Zambrano recuerda sus años de exilio en Roma: “Roma es hija de una Venus nutricia. Allí hay que dar de comer. Tan es así, que a la infinidad de gatos que se esconden, aparecen y reaparecen, famélicos, parturientas las gatas, desesperados los gatos, brillantes los ojos del hambre, hay que darles de comer, hay que dar de comer en Roma, es lo primero que hay que hacer” (Zambrano, 2014, VI, 668). Y así lo hacía; no solo tenía en su casa a un número ingente de gatos, sino que alimentaba a los callejeros.
El poeta Jorge Guillén nos ofrece este testimonio en un artículo que fue publicado en la revista “Litoral”: “Nos reuníamos a veces en el Café Rosati, Piazza del Popolo, y antes de terminar la cena María se marchatelectualmente productivos y los gatos deambularon libres,
alimentados, mimados. Araceli falleció en 1972.
Muchos años después, finalizado su larguísimo exilio, ya en
Madrid, su actividad intelectual no cesó. En 1988 le concedieron el Premio
Cervantes.
Tres años antes, en 1985, enterró a sus dos gatas –Tigra y
Blanquita- y Jesús Moreno Sanz le regalo otras dos, Lucía y Pelusa, que le
acompañaron hasta su muerte el día 6 de febrero de 1991.
La afectividad es, para María Zambrano, el núcleo originario
del ser humano, su centro. Antes que la representación intelectual o el
concepto nos habita el sentir. Los sentimientos nos vinculan al resto de los
seres y a las cosas, a la naturaleza y a las quimeras, a los gatos y a los
dioses, a la multiplicidad, a la heterogeneidad de lo real.
NOTAS
1- El compañero de Araceli Zambrano era el gaditano Manuel
Muñoz, colaborador del Presidente de la República Manuel Azaña, Director
General de Seguridad y Diputado por Cádiz en el Congreso durante el periodo
republicano. Perseguido por la Gestapo y reclamado por la policía franquista
fue finalmente detenido en París y extraditado a España donde fue fusilado en
1942. Araceli fue engañada por un espía alemán que a cambio de mantener
“relaciones” le prometió que no sería entregado a las autoridades españolas. Araceli
no “superaría” nunca este hecho. Sobre esta trágica experiencia existe un
estudio del investigador Fernando Sigler titulado “Cautivo de la Gestapo”.
2- Rosa Mascarell, licenciada en Filosofía y Ciencias de la
Educación en la Universidad de Valencia, Máster en Estética y Teoría de las
Artes por la Universidad Autónoma de Madrid, trabajó como secretaria personal
de María Zambrano en Madrid durante los últimos años de la vida de la filósofa.
Pintora de prestigio, estudiosa del arte, gestora cultural y apasionada por la
literatura, su formación filosófica y la experiencia vivida junto a María
Zambrano la convierten en una profunda conocedora de su pensamiento. Nos hemos
puesto en contacto con ella para la elaboración de este artículo y le
agradecemos profundamente sus comentarios y su generosidad.
BIBLIOGRAFÍA
FERRUCCI, Carlo. “Roma en María Zambrano”. Web. 2 jun. 2016.
(http://.cervantes.es/literatura/zambrano_roma/ferrucci.htm)
GÓMEZ BLESA, Mercedes. La razón mediadora. Filosofía y
piedad en María Zambrano. Burgos: Editorial Gran Vía, 2008.
GUILLÉN, Jorge. “Recuerdos en Roma”, Revista Litoral, 1983:
124-126.
MAILLARD, María Luisa. Vida y obra de María Zambrano.
Madrid: Elia Editores, 2009.
REVILLA, Carmen. “María Zambrano. El realismo poético” La
maleta de Portbou nº 9. En.-Feb.2015:84-85.
ZAMBRANO, María. Para una historia de la Piedad. Málaga:
Torre de las Palomas, 1989.
- - -. Obras Completas VI. Barcelona: Galaxia Gutenberg,
2014.
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