Hace unos cuantos meses recibí un correo electrónico que decía esto
'...con motivo de la declaración de 2011 Año internacional de los Bosques, que recoge relatos cortos de mujeres desde distintas perspectivas: investigación, cooperación, voluntariado, extinción de incendios, fábulas, recuerdos de la infancia... y un largo etcétera. Van a participar tanto autoras españolas como conocidas activistas internacionales. El libro se titulará "EL BOSQUE Y YO". Hemos leído tu relato en el blog: Recuerdos de mi infancia: El Arbol, y nos gustaría mucho incluirlo en el libro...'
Lo firmaba Pilar Tejera, editora de Casiopea Ediciones, a quien no conozco personalmente y a quien entonces no conocía ni de oídas. Me metí en la página web de su grupo www.mujeresviajeras.com para ver de qué se trataba y me gustó mucho la idea y, evidentemente, me dio mucha alegría que alguien, además de la familia y los amigos, se hubiera fijado en mi blog y hubiera leído justo ese texto que no escribí con ambiciones poéticas ni literarias, sino sinmplemente como un homenaje a mi infancia y a mis abuelos. como si fuera poco, entre las personas que aportan textos se encuentran la primatóloga Jane Goodall, Odile Rodriguez de la Fuente, Ariane Arpa. Directora de Intermón Oxfam, Amanda del Río. Directora Fundación Global Nature, o Ana Leiva, directora de la Fundación Biodiversidad, que han prestado su apoyo en la iniciativa.
Pueden ver la entrada en la página de Mujeres Viajeras http://www.mujeresviajeras.com/?cat=6
MI ARBOL
Mis abuelos tenían una casa con un patio enorme donde había varios árboles, entre ellos un ciruelo de corteza áspera y ramas fuertes que era ya adulto cuando yo nací. En primavera se llenaba de flores blancas que prometían fruta deliciosa, en el verano las ramas se inclinaban por el peso de las ciruelas enormes, moradas, de esas que hay que comer inclinado hacia delante porque si no te chorreas la ropa de tan jugosas que son. Y durante todo el año era mi universo paralelo, mi compañero de aventuras, la tienda de los indios, mi caballo, y las ramas mas altas la torre de un castillo.
Pasaron los años, pasó la adolescencia, llegó la universidad, algunas amarguras, muchas alegrías, dos o tres amores, los exámenes, el trabajo… El mundo se volvió real. No mas caballos, ni tiendas, ni indios, ni castillos.
El árbol fue envejeciendo a medida que yo me hacía mayor. Un buen día fueron mis hijos quienes jugaron a treparse al palo mayor del barco pirata y me dí cuenta que mi árbol tenía cada vez menos flores y menos ciruelas. Una primavera casi no floreció, sólo aparecieron tres florecillas y unas pocas hojas. ‘Se ha secado’ dijo mi madre con tristeza. Yo no estaba tan segura, corté una ramita y todavía estaba verde. ‘Esperemos a ver qué pasa’, le dije. Como agradeciéndome, al año siguiente floreció otra vez y aunque no fue tanta la fruta, todavía un verano mas comimos esas ricas ciruelas de mi infancia.
Pero no duró. Un año mas y ya no hubo flores ni fruta. Alguien, probablemente mi padre aconsejado por el jardinero, sugirió talarlo. Me negué. Nadie lo iba a tocar hasta que se secara definitivamente, hasta que se muriera. Se lo debía.
Me fui a vivir a otro país. Hace dos años regresé a la casa de mis abuelos y allí estaba, unas pocas hojas amarilleando, esperándome. Fue la última vez. Hace unos meses supe que ya no tenía remedio. Mi árbol se había muerto.
Que bello¡¡¡ me ha emocionado, que sencillez tan rica, sabrosa, tan olfativa, todo en un árbol, un ciruelo. Me ha encantado, enhorabuena¡¡¡
ResponderEliminarGracias, Gloria! viniendo de tí es un honor!
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