Rodeadas de amigos, entre quienes se contaba el poeta Luis García Montero, Marisa y yo dialogamos sobre su obra, sus lecturas y el significado de los paréntesis en el libro.
La voz de Marisa
Martínez Pérsico funda una frontera propia entre la lucidez y el sueño, entre
el mundo exterior y la intimidad. El cuerpo se cuenta y se canta, porque sentir
la piel es un acontecimiento parecido a cruzar una ciudad o a tocar con las manos
una idea. La hora de esta poesía sucede en el lugar del instinto y la
meditación, del saber y del desear. Las certezas del cielo se ponen entre
paréntesis porque hay fronteras que se crean para que la poesía las cruce y
establezca su contrabando de memorias y de silencios. Siempre al otro lado de
las cosas, escucha la realidad detrás de una puerta y atiende a la imaginación
desde la otra orilla de lo que ya ocurrió o desde lo que quizá pudiera
repetirse de un modo distinto. Profesora, poeta, Marisa Martínez Pérsico une la
pulsión narrativa con el lirismo puro, el conocimiento de la tradición con el
tiempo vivo del mañana, la materialidad con la fuga. Tiene el don de la primera
vez y de las segundas oportunidades.
LOS SONIDOS DE
ALEPO
La sangre siempre es roja en las heridas
LAURA SCARANO
A María del Mar
Soñé que
estábamos en una ciudad bombardeada.
Vi praderas, estepas
y desiertos.
Vi los bosques
montanos de Anatolia,
las cabriolas
áereas,
el impacto de las
bombas de racimo,
los escombros
azules de un hotel incendiado.
He despertado
pensando en los sonidos
para no meditar
sobre el silencio
pues los niños
no sabrían vivir
en el silencio,
y en los parques
de Alepo
ya no pueden
cantar.
Que alguien grabe
la orquesta
de un mundo que
enmudece.
Las charlas del
mercado,
un saludo de amor
desde el alféizar,
el fragor de una
taza
y el susurro de
un ave bizantina
dibujada en un
muro
que resiste de
pie.
Todo pasa tan
rápido. No hay tiempo
de llorar a los
muertos.
¿Tan urgente es
la ruina de los otros?
Pasamanos ajenos
de la pena
para afirmarse en
vertical.
La conciencia del
crimen
no nos salva del
crimen.
Más de cien niños
murieron en Alepo
y un convoy de
juguetes aguarda todavía.
Todos ellos
emulan tu rostro cuando duermes,
la fogata del sol
que te calienta,
la cobija en que
sueñas cada noche,
ya no hay mantas
ni peces ni caricias
que arropen las
estepas,
serán siempre las
suyas heridas que te nombran
aunque estorben a
un mundo que a ti te pertenece.
Escribiré a tu
lado este poema a las estrellas.
La muerte siempre
es de los otros.
© Marisa Martínez
Pérsico
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