jueves, octubre 18, 2018


La XXI edición del Encuentro de Poetas Iberoamericanos clausuró el miércoles 17 de octubre sus actos centrales en el Teatro Liceo, que comenzaron el martes 16 y donde se llevaron a cabo diversas lecturas de poemas y actuaciones musicales.




La edición de este año ha contado con la participación de 200 poetas y músicos de treinta y dos países, incluidos todos los de Iberoamérica más Israel, Italia, Rumanía, EE.UU., Croacia, Bulgaria, Alemania, República Checa o Irak. En esta ocasión, el encuentro rinde homenaje a  los ochocientos años transcurridos desde la fundación de la Universidad de Salamanca y a la primera 'hija' que se creó siguiendo sus estatutos y privilegios, la Universidad de San Marcos de Lima.







Para conmemorar este encuentro, se ha publicado una antología de 600 páginas que recoge poemas de los poetas homenajeados: Diego Torres de Villarroel y Alejandro Romualdo, así como de los 200 poetas intervinientes. 











Entre los muchos poetas españoles de diferentes regiones estuvieron el andaluz Antonio Hernández, Premio Nacional de Literatura, junto con el vallisoletano Fermín Herrero, la canaria Cecilia Hernández, el extremeño Álvaro Valverde, el valenciano Rafael Soler, el leonés Antonio Colinas, el aragonés Jesús Fonseca, la sevillana María Sanz, el aragonés Enrique Villagrasa, la valenciana Marina Izquierdo, la navarra Marina Aoiz Monrreal, la palentina Araceli Sagüillo, el abulense José María Muñoz Quirós, el vallisoletano Santiago Redondo o el madrileño Carlos Aganzo.



Por Salamanca Isabel González Gil, última ganadora del Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero, Soledad Sánchez Mulas, Annie Altamirano, Caridad Hernández Barbero, José Amador Martín, Asunción Escribano, Aída Acosta, Luis Felipe Comendador, Juan Velasco Plaza, entre otros. 






ANNIE ALTAMIRANO
(Argentina-España)




DEL SABER BUSCADO


El viento viene vestido de jaras
y duerme en el umbral de roble
hollado por mil generaciones
que allí encontraron
el áureo hilo del saber buscado.   
                
Los bronces tañen en la tarde
y perfilan las torres su tiempo vertical y puro.

Entre siglos y vuelo de cigüeñas,
desde su dorada transparencia,
horadada por la luz
y sus criaturas,
la piedra observa.

En los rincones umbríos
se desgrana, pausado, el gravitar
de la palabra sabia, aguda,
que avanza hasta el mirífico centro
donde la simiente vibra
del sentido
y se hace hallazgo.

La noche se adivina
en el ala quieta de las aves
y ya una sombra azul invade
el aire todo.

La antigua savia asciende, leve, lenta,  
el fervor del pasado se renueva,
y aquí, ante nuestros ojos,
se devela
lo imposible y lo arcano.  



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