David detuvo su coche frente al portal y, con gesto displicente entregó las llaves al mayordomo. El mucamo abrió la puerta de roble macizo.
David estudió su imagen en el enorme espejo del vestíbulo. Todo estaba en orden: camisa hecha a medida, corbata de seda, traje de corte italiano, “Gracias, Dios mío, por haber creado a Armani”, cabello estudiadamente descuidado para dar un toque juvenil pero distinguido.
“Listo para dar el golpe, como siempre”. Si había algo que David no tenía era la autoestima baja.
“Soy el abogado más joven del bufete más poderoso de Nueva York, no he perdido un solo caso desde que comencé, acabo de ganar uno que los veteranos consideraban imposible y me han nombrado socio de la firma. ¿Qué más puedo pedir?”
Además David era infernalmente guapo y atlético, alto, moreno, ojos verdes. No había mujer, joven o vieja, que no lo siguiera con los ojos cuando pasaba. Hasta los hombres lo miraban con mal disimulada envidia.
Cuando entró al salón le llovieron saludos y felicitaciones.
- Hola, David. Te felicito.
“¿Quién será la pelirroja esta? Evidentemente sabe quién soy. Nota mental: buscar una copa de champagne y volver rápidamente”.
- Gracias y ¿cómo es que estás sola? Busco una copa y estoy contigo.
“Allí están James y su mujer. Primero saludar al jefe. Y hay que ver que la señora se conserva muy bien pese a sus años. Habrá que felicitar a su cirujano plástico y a su personal trainer”.
- Bienvenido, socio.
- Gracias, señor. Señora, es un honor que me haya invitado a su casa.
- Sharon, querido. Y es un placer que estés aquí.
“Y qué placer, madre mía. No me imaginaba que este crío fuera tan guapo. Habrá que averiguar si tiene compromisos y deshacerlos si fuera necesario”.
- Ven, David, quiero presentarte al senador Williams y al Ken Miller, nuestro próximo candidato a la presidencia. Gente que debes conocer.
“¿Y la pelirroja donde estará? Bueno, la carrera ante todo”. Y se dejó llevar sabiendo que
cada mano que estrechaba era una conexión más con ese mundo al que ambicionó pertenecer desde pequeño. Y allí estaba ahora, finalmente era uno de ellos.
- Este muchacho tiene un gran futuro, no debes dejarlo escapar. Es más, David, necesitaría tu consejo en un tema de inmigrantes que tengo trabajando en el rancho de Texas. ¿Qué opinas, James?, preguntó el senador.
- Totalmente de acuerdo. Es la persona indicada. ¡Ah! Aquí estás, querida. David, te presento a mi hija.
El tono revelaba el orgullo que sentía por su hija.
- David es nuestro nuevo socio.
- Sí, papá, ya me habías hablado de él. De hecho no hace otra cosa que hablar de ti. Si esto sigue así, me voy a poner celosa.
Era la pelirroja ofreciéndole la mejilla y mirándolo con ojos gatunos.
“¡Bingo! Esto va a resultar muy placentero. Así que la belleza es la hija”.
- Encantado, aunque creo que nos saludamos a la entrada y eso me recuerda que estoy en deuda contigo.
David tomó una copa de champagne de una bandeja que le ofrecía una mucama.
- ¿Un canapé, señor?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se dio vuelta y la miró. La mujer ya mayor, de aspecto inconfundiblemente mejicano, lo miraba en silencio, con ojos tristes de reconocimiento. “No puede ser. ¿Qué hace aquí?”
Era su madre.
© Annie Altamirano, 2004 España
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