martes, agosto 12, 2014

Poemas de Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Cementerio

Negar la muerte es imposible. Viene
por todas partes. Como hielo crudo
que desdora el otoño y como rayo
que raja el tronco de la primavera.
Como secreta podredumbre viva
que deja de comer o como bruto
que desde fuera rasga. La llevamos
en las horas contadas o nos tiende
su trampa en el descuido. Es nuestra casa
originaria donde volveremos
sin remedio a dormir. No hay quien la oculte.
Cabe disimularla. Para todo
tiene industrias el hombre y hay estudios
de repintar cadáveres con suave
música celestial y hasta con discos
donde el muerto agradece los favores.
Aunque al fin es preciso devolverlo
a su dueña. Sembrarlo o reducirlo
a vago polvo estéril. Pero es terco
en su residuo. Al fin y al cabo el hombre
se ha hecho labrando su esperanza sorda
en urnas y pirámides. No puede
de un golpe separarse de sus muertos,
separarse del sueño de ser sueño
en tierra inacabable. Su gastada
resistencia ha inventado estos jardines
donde la muerte late con los pájaros,
negada, distraída. Donde un niño,
el más medroso de los niños, puede
quedarse con sus juegos, pues ninguno
de los parques sonríe mejor hierba
ni en octubre se encienden tantos cobres,
púrpuras, oros, ocres, verdes suaves
de ala tendida, como en su arboleda.
Los hermosos jardines de la muerte
sobreentendida, entre los hitos pulcros
sin patetismo, chicos como el ara
de alguna ninfa, donde queda impresa
la cruz, la estrella, el nombre, como un llanto
de manantial sin énfasis que enjuga
la piadosa alegría de las flores.


"Casi en prosa" (1968-1970), sección I: "Cuadernos de Madison"
En "Poesía" (antología), Alianza Editorial, 1976


ALELLA

Todo debe morir. Es una casa
grande y para todo tiempo,
con materiales crudos, declarantes
que aún describen el pulso
de las manos obreras. Con espacios
habitables sin tasa.

Abajo los lagares,
con humedad y telaraña en botas,
hace tiempo olvidaron
el vino antiguo.

Arriba, como yugos para bueyes
de cíclope, las vigas sin desgaste
y las ventanas chicas que dibujan
lo que miran: cipreses y glicinas,
avellanos azules,
una casa traída de Toscana,
el cielo pajarero donde charlan
las hojas con los picos invisibles;
cañaverales con alberca, un huerto
de pozo, una colina
arenosa de vides y pinares
diminutos: lo limpio.

"En breve" (1975), su último libro, escrito poco antes de morir.

Selección de Luis Felipe Vivanco. Introducción de Marià Manent

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