La primera
taza de té,
ceremonia
mínima,
nada apura
el instante.
Humilde
omnipresencia
que no
reclama testigos.
y se posa
en el borde
de la taza.
La tibieza
desciende,
se instala,
leve,
en el centro
del pecho.
Todo está
aquí:
la hierba
que fue,
el agua que
aprendió a arder.
Sorbo a
sorbo
el instante
se extingue.
no hay final
en esta taza
ni promesa
de permanencia,
solo la
belleza de lo efímero.
En el último
sorbo
se disuelve
el silencio.
Todo es
inicio
y despedida.
©Annie
Altamirano
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