viernes, agosto 26, 2016

MARÍA ZAMBRANO: LA FILÓSOFA QUE AMABA A LOS GATOS - Paco González Fuentes

Reproduzco a continuación un texto de Paco González Fuentes sobre Maria Zambrano, Roma y la pasión gatuna.

A María Zambrano le habría entusiasmado la existencia de una revista literaria con un nombre tan hermoso como “El ático de los gatos”.

La filósofa tuvo una relación tan visceral y entrañable con ellos como la que mantuvo con Roma. En esta ciudad se convirtió en una gattara.

Ya en su primera estancia -unos meses desde el verano de 1949 hasta junio de 1950- la llamó “mi patria”; Roma –deslumbrante, sacra y sensual, laberíntica- la enamoró desde el primer instante. En un texto muy tardío, una María Zambrano octogenaria, evoca “la sensualidad de su cielo y de su aire” y dice que “se diría que es un aire comestible, que a veces uno se siente en Roma como dentro de una fruta”. (Zambrano, 2014 , VI, 668). Regresó en 1953 y esta vez su estancia se prolongó 11 años.

Se ha vinculado la extrema generosidad de las hermanas Zambrano con los gatos a los “problemas”1 de Araceli. Sometida a tortura psicológica por los nazis, Araceli Zambrano “aliviaba” su angustia con amores fallidos ba advirtiéndonos: “Volveré”. Iba a llevar comida a los gatos que le esperaban en una esquina, costumbre de algunos romanos compasivos” (1983, 124-126).

En septiembre de 1963 -denunciadas por un vecino- fue decretada su expulsión por la “cuestión” de los gatos alojados en su apartamento. Carlo Ferrucci sostiene la fundada tesis de que el abandono de Roma fue un acto voluntario, “una elección tomada en parte bajo el efecto de un alejamiento forzoso”. El jefe de la Policía le dijo a María Zambrano: “El mundo, señora, se divide en dos: los que aman a los animales y los que no los aman”. Esta palabras -concluye Ferrucci- debieron de convencerla de que si en Roma, la ciudad de los gatos, no querían a los gatos como ella y Araceli los querían, entonces, esta Roma, o mejor, estos romanos que no tenían el suficiente amor, no merecían ya su amor” (Ferrucci, 2016, 4).
Abandonaron la ciudad -ella, Araceli y los gatos- meses después e iniciaron otra etapa de su largo exilio itinerante en La Pièce (Francia), en una casita en el bosque. Los años en ese lugar -entre los árboles- fueron iny ofreciendo compulsivamente cobijo a los gatos romanos.
Pero la generosa acogida a estos animales por parte de las hermanas Zambrano no es solo imputable al “trastorno” de Araceli. Entendemos –así nos lo confirma Rosa Mascarell-2 que esa generosidad no solo era tolerada por una María Zambrano solidaria con el gesto de su hermana, sino que expresaba su propio sentimiento hacia los gatos: la piedad.
En el mismo sentido Mª Luisa Maillard sostiene que María Zambrano “asumió esa peculiar circunstancia y amó a los gatos, representación ancestral de lo sagrado en muchas religiones” (Maillard, 2009, 93).

La “reforma del entendimiento” planteada por Zambrano, su “razón poética”, integradora de la perspectiva filosófica y de la mirada poética, atiende “a todo cuanto ha quedado en la sombra, sumergido o marginado, porque es ése, para ella, el lugar de la verdad, allí donde anida la “posibilidad”, algo capaz de responder al presente de una civilización que se desploma” (Revilla, 2015, 84-85). En esa zona de sombra –olvidados o relegados a un posición subalterna por gran parte de la tradición filosófica- están los sentimientos, las emociones.

A uno de ellos -a la piedad- dedicó María Zambrano especial atención. Consiste -explica Mercedes Gómez Blesa- “en un sentimiento de comunión con las múltiples manifestaciones de lo real” (2008, 193). María Zambrano escribe que la “piedad es un sentimiento de la heterogeneidad del ser, de la cualidad del ser, y es anhelo -por tanto- de encontrar los tratos y modos de entenderse con cada una de esas maneras múltiples de realidad” (1989, 21).
Manifestación sibilina de lo real, de “lo otro”, son esos seres sigilosos y enigmáticos que en Roma son multitud: los gatos. El 2 de junio de 1985 María Zambrano recuerda sus años de exilio en Roma: “Roma es hija de una Venus nutricia. Allí hay que dar de comer. Tan es así, que a la infinidad de gatos que se esconden, aparecen y reaparecen, famélicos, parturientas las gatas, desesperados los gatos, brillantes los ojos del hambre, hay que darles de comer, hay que dar de comer en Roma, es lo primero que hay que hacer” (Zambrano, 2014, VI, 668). Y así lo hacía; no solo tenía en su casa a un número ingente de gatos, sino que alimentaba a los callejeros.

El poeta Jorge Guillén nos ofrece este testimonio en un artículo que fue publicado en la revista “Litoral”: “Nos reuníamos a veces en el Café Rosati, Piazza del Popolo, y antes de terminar la cena María se marchatelectualmente productivos y los gatos deambularon libres, alimentados, mimados. Araceli falleció en 1972.

Muchos años después, finalizado su larguísimo exilio, ya en Madrid, su actividad intelectual no cesó. En 1988 le concedieron el Premio Cervantes.
Tres años antes, en 1985, enterró a sus dos gatas –Tigra y Blanquita- y Jesús Moreno Sanz le regalo otras dos, Lucía y Pelusa, que le acompañaron hasta su muerte el día 6 de febrero de 1991.

La afectividad es, para María Zambrano, el núcleo originario del ser humano, su centro. Antes que la representación intelectual o el concepto nos habita el sentir. Los sentimientos nos vinculan al resto de los seres y a las cosas, a la naturaleza y a las quimeras, a los gatos y a los dioses, a la multiplicidad, a la heterogeneidad de lo real.

NOTAS
1- El compañero de Araceli Zambrano era el gaditano Manuel Muñoz, colaborador del Presidente de la República Manuel Azaña, Director General de Seguridad y Diputado por Cádiz en el Congreso durante el periodo republicano. Perseguido por la Gestapo y reclamado por la policía franquista fue finalmente detenido en París y extraditado a España donde fue fusilado en 1942. Araceli fue engañada por un espía alemán que a cambio de mantener “relaciones” le prometió que no sería entregado a las autoridades españolas. Araceli no “superaría” nunca este hecho. Sobre esta trágica experiencia existe un estudio del investigador Fernando Sigler titulado “Cautivo de la Gestapo”.
2- Rosa Mascarell, licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de Valencia, Máster en Estética y Teoría de las Artes por la Universidad Autónoma de Madrid, trabajó como secretaria personal de María Zambrano en Madrid durante los últimos años de la vida de la filósofa. Pintora de prestigio, estudiosa del arte, gestora cultural y apasionada por la literatura, su formación filosófica y la experiencia vivida junto a María Zambrano la convierten en una profunda conocedora de su pensamiento. Nos hemos puesto en contacto con ella para la elaboración de este artículo y le agradecemos profundamente sus comentarios y su generosidad.

BIBLIOGRAFÍA
FERRUCCI, Carlo. “Roma en María Zambrano”. Web. 2 jun. 2016. (http://.cervantes.es/literatura/zambrano_roma/ferrucci.htm)
GÓMEZ BLESA, Mercedes. La razón mediadora. Filosofía y piedad en María Zambrano. Burgos: Editorial Gran Vía, 2008.
GUILLÉN, Jorge. “Recuerdos en Roma”, Revista Litoral, 1983: 124-126.
MAILLARD, María Luisa. Vida y obra de María Zambrano. Madrid: Elia Editores, 2009.
REVILLA, Carmen. “María Zambrano. El realismo poético” La maleta de Portbou nº 9. En.-Feb.2015:84-85.
ZAMBRANO, María. Para una historia de la Piedad. Málaga: Torre de las Palomas, 1989.

- - -. Obras Completas VI. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2014.

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