viernes, mayo 21, 2010

Ego miserum et peccator



Oyó al de seguridad cerrar una a una las salas. El sonido del metal al girar las llaves en las antiguas cerraduras retumbó en el silencio del claustro, también la voz en el walkie talkie dando parte y los pasos alejándose rumbo al portal de entrada. Le dio un sorbo a la petaca de cognac y se incorporó lentamente.

No había sido difícil colarse con un grupo de turistas de Huelva, sólo se había cuidado bien de no socializar demasiado con ninguno para pasar desapercibido. Mientras todos estaban en el Paraninfo escuchando el relato de cómo Don Miguel de Unamuno se había enfrentado al general Millán Astray se escabulló hacia el patio. Era casi la hora de cierre y los obreros que estaban trabajando en las obras de limpieza y restauración ya se habían marchado por que pudo trepar por el andamiaje hasta el tejado sin mayor problema. Buscó un lugar adecuado, sacó los guantes y el gorro de lana de la mochila y se sentó a esperar que se hiciera de noche. Cuando se apagó la última luz en el claustro bajó.

Se deslizó hasta la primera planta, fue directamente a la enorme puerta de madera maciza y la abrió sin dificultad lo mismo que la de cristal que había detrás. El inhibidor electrónico de alarmas hizo el resto.

Cerró las puertas con sumo cuidado y encendió la linterna. Sabía que lo que buscaba estaba justamente frente a él pero se permitió recorrer la biblioteca con la vista unos minutos: las librerías que cubrían las paredes, los cuatro globos terráqueos, las estatuas de las esquinas, las diminutas escalerillas de caracol forradas de libros que llevaban al nivel superior, las vitrinas con fotos y el famoso preservativo hallado en un libro del siglo XVI.

‘¡Qué maravilla!’ se dijo y se dirigió a la puerta que tenía enfrente, la abrió y contempló extasiado la sala de los manuscritos. ¡Qué privilegio! Muy pocos tenían acceso a ella, ni los catedráticos, sólo personal autorizado. Y ahí estaba, el manuscrito mas antiguo, contemporáneo del Cantar del Mio Cid: el Liber Canticorum et horarum, copiado por Cristóforo en 1059, el libro de oración de la reina Doña Urraca.

‘Ecce nunc benedicite Dominum omnes’, recitó de memoria. Tomó la caja casi con reverencia. El coleccionista le había asegurado una fortuna por él, la mitad ya estaba en una cuenta secreta en las islas Seychelles. Era su último trabajo, ya podría retirarse. Había acumulado lo suficiente para asegurarse y asegurarle a su hija una vida sin preocupaciones. La niña podría estudiar arte en las mejores escuelas del mundo, tenía el don, ahora también tendría los medios. Nunca dependería de marchantes o mecenas. Lo único que lamentaba era que no volvería a ver esos sitios invisibles al gran público: los Archivos Vaticanos, la universidad de Leipzig. El Papiro Ebers había sido uno de sus primeros golpes, luego vinieron más, pero sin duda el más arriesgado fue el de las actas del juicio a Galileo. Todavía lo estaban buscando.

Dio unos pasos hacia la salida. De pronto un frío intenso le cortó la respiración. Instintivamente se llevó las manos a la garganta para liberarse de la garra helada que lo ahogaba. La caja y la linterna cayeron al piso. Sintió que se desmayaba. De pronto todo fue oscuridad.
……………………………….

‘Por aquí doctora. Cuidado la cabeza que el dintel es muy bajo’

´Me encantaría quedarme encerrada aquí’, dijo la forense extasiada mirando a su alrededor.

‘¿Está segura de lo que pide?’, preguntó el director con una sonrisa divertida.

‘Bueno, al menos un par de días. Pero ¿por qué me lo pregunta? ¿Es que acaso tienen un fantasma?’

‘En estos sitios nunca se sabe’, dije Eduardo riéndose.

Se dirigieron a la sala de los manuscritos. Eduardo sacó la llave de su bolsillo y abrió.

‘Así lo encontramos esta mañana. Lo extraño es que ninguna puerta fue forzada, todas están perfectamente cerradas como las dejamos anoche.’

En el medio de la sala yacía el cuerpo de un hombre boca arriba, sujetándose la garganta con las dos manos y el rostro desfigurado en una mueca de espanto.

La mujer se inclinó sobre el cadáver e hizo una primera inspección.

‘Es curioso. A primera vista todo parece indicar que fue estrangulado, pero evidentemente tengo que hacer una autopsia en toda regla. ¿Falta algo?’

‘Nada, está todo en su sitio. Ya verificamos.’

‘Bueno, manos a la obra. Vamos a ver qué encontramos. Tendría que haber habido alguien mas aquí o … ¿Habrá sido el fantasma’

Publicado en rincones de Creación, Salamanca 2009,© fundación Salamanca Ciudad de Cultura y la autora

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