lunes, marzo 21, 2011

Días violetas


Hoy es un día violeta, de un sol que amenaza con lluvia, de veredas repletas de gente que apenas se mira. Así son estos días violetas, en que quiero escribir un cuento y el lápiz se me escapa de las manos. Tengo ganas de tomar chocolate con churros, voy a la mesa y me encuentro con una taza de té. Pero no me enfado porque los días violetas no son para enfadarse.

También hay días azules, como cuando el cielo es un espejo y los cuentos me salen fácil y los leen hasta los marcianos. O rojos, como cuando todo parece estar a punto de suceder. Pero hoy no es rojo ni azul, es violeta.

Por mucho que quiera no puedo volverlo amarillo. Un día amarillo de esos en que los ojos se te quedan atrapados en el vidrio de la ventana de la cocina y los recuerdos se abren como un álbum de fotos. En esos días amarillos, estás adentro de casa porque llueve. Esos días se confunden con los grises sólo porque cuando llueve el cielo se pone gris.

Sin embargo los días grises son distintos. En ellos puede haber sol y los árboles pueden estar  florecidos, porque es la mirada de uno la que tiene nubes y entonces por cualquier cosa lloras o se te hace un nudo en la garganta porque sí, porque uno quisiera que fuera un día azul y las nubes de la mirada lo nublan todo.

A mí me gustan los días verdes, como la melena de los sauces en primavera, como el campo a lomos de un pájaro. Son días en los que hasta los edificios parecen construidos de hierba.

Cuando el día es verde, te das cuenta al amanecer porque en vez de quedarte en la cama, sientes cosquillas en las piernas y puedes llegar a cualquier parte aunque quede muy lejos. Y entonces es posible hacer los deberes con música de fondo,  o jugar con los amigos que ese día están más divertidos que nunca porque ellos también se despertaron con un día verde.

A mí me gustan los días verdes porque me siento a leer debajo de un árbol y de repente Aragorn, Harry Potter, el Cid y hasta la tonta de Heidi, se vienen de picnic conmigo y el conejo de Alicia nos sirve el té en una mesa de barquillo con mantel de lunares de fresa. Me gustan esos días porque tienen algo de azul aunque no lo sean, porque los días azules son como postales para mirar y los verdes son para pisar.

También hay días lisos en los que no pasa nada, días a cuadros donde todo me sorprende, con horas anaranjadas bañadas en chocolate. Cuando llegan esas horas, me pongo a amasar pan y pongo la mesa en el patio debajo de las glicinas.

También hay tardes remolonas con perfume a jazmín a la hora de la siesta para enamorarse, para entrelazar los dedos y dejarse llevar por el asombro de que no es un sueño estar juntos.

Mañana quizá sea rojo, dorado o transparente, quizás me encuentre con horas de menta y mañanas con olor a tilos en flor. Pero hoy no. Hoy es un día violeta.

© Annie Altamirano, 2004

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